martes, junio 13, 2006

El sentido de la justicia



El atardecer de nubarrones rojos acentuaba la herida del cielo en su crepúsculo rojo, cada pelota de algodón parecía una espuma manchada por la sangre. Dentro de la casa, en plena selva, conversaban dos tipos sobre asuntos ilícitos. Uno de ellos era cazador de especies exclusivas. Vestía un chaquetón negro bordeado con gruesos hilos de cuero y unas botas robustas que relucían su cepillado matutino. Sobre sus cintura colgaban tres hebillas enanas que sostenían un bolso de piel peluda. Su cara de mirada frívola brillaba con el sudor que bañaba su sien y el costado de las mejillas. El otro sujeto vestía un terno a la antigua y un peinado derecho. Era macizo y de piel amoratada por el frío. Conversaban sobre un negocio:
-14.000 mil dólares por la piel, me puedes encontrar a las ocho de la noche, o mañana pasado el mediodía. Tendré el fajo de billetes esperándote.-
-Entonces a la tarde vengo y retiro el dinero. Tendrás tu piel hoy en la noche-
-Espero que así sea- Dijo el hombre del terno que alzó una copa vacía al aire. -Cuando vuelvas estará llenita- clamó mientras el cazador acomodaba su cabello y daba la media vuelta. El hombre del terno sonrió.


El cazador con una escopeta cubierta de polvo y de rayados que parecían tatuajes, se incrustó selva adentro sin más compañía que el pensamiento de la caza, con una pajilla extirpada del trigal. Su pasó era firme y decidido y arrollaba cualquier forma de vida minúscula. Entre brotes gigantes y chuzos puntados vislumbraba algún indicio del animal, mientras que los pájaros volaban inquietos por el aire y los roedores se fugaban de las madrigueras vecinas. En un instante, frente a él, la silueta perfecta de un cachorro de tigre dormido en una cama de maleza le contentó. El cazador no lo dudo, y su escopeta se abalanzó en su hombro, luego la mira en el ojo y después el gatillo sonó como un seco rugido de pólvora. El cachorro vomito un poco de sangre y el hombre lo hecho a un saco amarillo, se devolvió escupiendo la cáscara de un fruto que había comido.

Al otro día llegó con la piel totalmente arreglada. Golpeó a la puerta y el hombre del terno le abrió.
-Eso es amigo- dijo ofreciendo una copa de alcohol al cazador.-sabía que me traerías ese encargo-
-Pásame la plata no más, no quiero amigarme con esa agua maldita, ya hice lo que me pediste- dijo el cazador en un esfuerzo por mostrarse absolutamente profesional.
-Esta bien, directo al grano, como me gustan, sin ataduras aquí están los 15.000 dólares.- El cazador los recibió, dio media vuelta y se alejó de la casa contando el fajo de billetes verdes. Dentro de su hogar el hombre del terno frotaba su piel de tigre a la vez que su fúsil babeaba por disparar algún tiro. Entonces caprichosamente, el hombre del terno apuntó hacia la cabeza del que recién le había cumplido y sonriendo maldecidamente apretó el gatillo. La bala expiró del enorme fúsil, destrozando toda la cabeza del cazador que cayó como un saco de papas al blando suelos. La pajilla se puso roja y los billetes fueron recogidos por su antiguo dueño. Con una mueca le dedicó estas palabras al cuerpo que yacía postrado:
-Que los disfrutes, billetes verdes, dinero fácil-.


Y así pasaron unos días y el hombre del terno lucía su nuevo pelaje de colores amarillos y negros, circundaba majestuoso por toda la aldea y hacía caso de cualquier blasfemia encapuchada en un elogio. Pero un día, bajo un feroz atardecer salió de su hogar muy animoso, pregonando un clásico con los labios cuando se encontró de pálpito con una tigre hembra, furiosa e iracunda. El hombre atinó a correr, pero la madre tigre se zambulló sobre él, y con sus garras eternas le abrió el pecho y le rompió el corazón, perforando hasta los pulmones. El hombre quedo bañado en sangre, despilfarrando el líquido que anteriormente fluyó como el éter de la vida. Luego, aliviada, la madre tigre se acurrucó para abrigar a su hijo, le lamió la cabeza y lo calentó en su vientre...

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