martes, agosto 21, 2007

Amor y bloques de cemento

En un sobre
Las letras escritas
Son párpados plegados en la piel
Que nunca se agitan ni se abren
Para ver la lumbre bajo la luna
Que se acuesta en la brisa de las pestañas

Las paredes blancas y el sol del otoño. Y en las paredes las sombras caminan, bebiendo de sus manos un poco de morfina cruda.
Cada ilusión es algo monótono. Nada sacia la costumbre y los días que caen tras ella. Lo he llamado hambre repulsiva, simplemente porque nunca se come ni traga, siempre se retiene con la respiración, por eso un vómito no es malo cuando alivia los disgustos, todo se puede arreglar con él si es que viene del alma . La muerte me vale menos que un servicio básico y aún así es impagable. Me refiero a dos gotas que pude llorar el otro día (hasta el ojo se vuelve mezquino y desgraciado). Todo callado con sabor invisible, con manto de litigio transparente dando tranquilidad, analizando las papila que saludaría diciendo: -“ Te mandó recados, creo que mi química va con la tuya, y que nos atraemos como los polos que son opuestos los unos con los otros y se repelen, cuando se miran en los espejos y se ven, tan parecidos”-. Ella diría yo, sentada en un vaso con forma de líquido, nadando con su cola de sirena y con el diente de tiburón, mordiendo, si es necesario, un pedazo de corazón y escupiéndolo por terror a su sabor bruto y sincero, tan valido como la fortuna de un millonario y tan despreciable como su ego metido en un ego enfrascado. La fiebre es un acecho que ataca a los animales, a los seres humanos y a los latidos de quienes la contraen por un beso, que besó los labios contaminados por haber sentido el sabor industrial de las relaciones de cortesía, más frías que el hielo y el metal puro. Es el legado de todo estrés cotidiano, el amor falso y verdadero, la enfermedad de vivirlo y la víctima de quien lo vive con cara de idiota, medio alegre...

Un señor dijo que era un ideal de perfección cuando no hay nada en que recurrir para sanar las crisis